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miércoles, 31 de diciembre de 2014

Adiós 2014, a todos sus mamporreros, con breve apéndice sobre (de nuevo) el exilio

  Mientras que espero esas doce irreparables campanadas del poema de Borges (que puedes leer completo aquí), me dispongo a cerrar el 2014, un año muy complicado y difícil tanto en lo personal como en lo académico que, además, acaba con un regusto amargo. Precisamente el año pasado por estas fechas escribía una entrada parecida en ánimo y voluntad a la actual, en la que daba a conocer las últimas novedades que me habían publicado. Este año, aunque de nuevo he recibido algunos artículos y colaboraciones, no tengo ganas de explicarlo. Tal es el nivel de mi hartazgo de las editoriales españolas que he decidido dejar de publicar con ellas, al menos mientras que sean unos auténticos chapuzas como los últimos que he tenido la desgracia de padecer. Pido disculpas de antemano a los editores que puedan leer esto; estoy seguro de que los hay buenos, pero mis experiencias en los últimos años han sido lamentables y tristes. Se dedican a editar libros porque conceden subvenciones; si vender estiércol diera más dinero que vender libros, se olvidarían de los libros y se centrarían en el estiércol. Así que la única solución que se me ocurre es si a ver entre todos lo hacemos subir de precio para quitarnos de encima a estos mamporreros jodetextos.


  Así pues, mencionaré en este cierre año sólo una reseña de reciente publicación en la Revista de lenguas y literaturas catalana, gallega y vasca que edita la UNED. Se trata de una edición del clásico medieval de la literatura catalana de Bernat Metge, Lo somni, con una traducción magnífica al inglés efectuada por Antonio Cortijo y por Elisabeth Lagresa. Al margen de su importancia literaria, si acepté hacer la reseña de este libro sin ser un especialista en Metge, al margen de la osadía reseñadora a la que ya me referí, es porque es un personaje que siempre me ha parecido interesante, con una vida azarosa y llena de episodios oscuros, como el de haber estado muy posiblemente implicado en la conspiración política que acabó con la muerte de Juan I de Aragón en 1395.

  Al margen de esta reseña, con la que pongo fin a la parte académica de este año 2014 (al menos la que puedo referir sin que me salgan sapos y culebras por la boca), he de volver a referirme al asunto que ya traté en la entrada anterior. Durante mi visita a Edimburgo, tomé plena conciencia de los miles de españoles obligados a buscarse la vida lejos de su hogar, dentro de un proceso de emigración por causas económicas, o de otra índole, que recuerda precisamente al exilio posterior a la guerra civil española del siglo XX. En los días finales de este 2014 surgió un artículo de Ramón Espinar que suscitó cierta polémica, al equiparar la marcha de estos millares de españoles con un concepto, el de exilio, que en general se suele utilizar para otros contextos, más relacionados con una marcha masiva de capital humano por razones más políticas que económicas. Es evidente que hay cierta provocación por parte del autor, pero lo que se pretende es precisamente visibilizar un fenómeno inaudito y que nos va a lastrar el futuro muchísimo más de lo que se percibe en el día a día: no hay país que pueda soportar tamaña fuga de personal cualificado sin que su economía y su devenir se resienta enormemente.


  Por si fuera poco, a contribuir todavía más al candente tema de lo que yo, en la entrada anterior, había denominado como "fuga de estómagos cualificados" más que "fuga de cerebros", llegó la salida de tiesto del típico bocachancla hispánico respecto al tema del éxodo. Le cupo en suerte ocupar tan triste papel al presidente del mayor organismo de investigación en España, al que de forma coloquial llamamos por sus siglas: CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Emilio Lora-Tamayo d'Ocón, que, como se explica en este artículo, viene de aquellas escasas familias que comieron caliente durante los cuarenta años de ignonimia dictatorial, vino a decir que la llamada fuga de cerebros de España es una leyenda urbana exagerada.


  Nadie que tenga dos dedos de frente puede negar la evidencia de los datos no solo de la pérdida de población activa en España, sino también de que el porcentaje de estudiantes que habrán de emigrar si quisieran continuar sus estudios es cercano al 80%. El delito, si cabe, es mucho mayor si se preside el organismo científico español más damnificado por esta pérdida de investigadores. Pero como a los mamporreros sólo les interesa su salario, sus prebendas y no morder la mano política que les da de comer, aquí el mamporrero del CSIC está más ocupado en ladrar a los medios la verdad que le dicta su amo y en indagar con qué tipo de argucias legales puede cumplir con su mandato. Razones de más para hacer poco caso de estas marionetas, personajes de ópera bufa, que no merecen la atención de casi nadie por muy rimbombantes que sean sus títulos y sus siglas.



  Estas absolutamente estúpidas declaraciones han desencadenado una curiosa reacción. Desde la página web de la ACCTE (Asociación para el avance de la Ciencia y la Tecnología en España) se ha animado a todos aquellos aventureros y espíritus inquietos con ganas de viajar fuera de España para investigar que se hagan una foto con este bonito cartel.

  Así que aquí estamos, despidiendo el año desde el exilio, junto a todos los demás. Que el 2015 os sea muy propicio y provechoso.


domingo, 30 de noviembre de 2014

#Bibliotecas (II): National Library of Scotland. Edimburgo, capital de la España exiliada

  El éxodo de jóvenes (y no tan jóvenes) españoles para encontrar el trabajo que las atroces políticas económicas de sus (des)gobernantes les niegan es, sin duda alguna, uno de los temas más importantes en la sociedad española de comienzos del siglo XXI, motivo de su abrumadora presencia en prensa, radio, televisión e Internet. Iniciativas como el reciente blog Desde todas partes (que enlazo aquí por haber aparecido en un medio de comunicación en contra del obsceno canon AEDE del que hablé en la anterior entrada), solo son la parte mínima dedicada a darle publicidad a este problema que amenaza con hacer de España un país empobrecido hasta límites que yo personalmente jamás pensé que vería con mis propios ojos. La lacra del desempleo afecta a todos los niveles, y al contrario de lo que contaminan voceros y paniaguados del régimen, no hay asomo de solución ni luz al final del túnel ni brotes verdes que no sean, al decir manriqueño, sino verduras de las eras


   El desempleo afecta a todos por igual, tal como indica este riguroso estudio estadístico; bueno, mejor dicho, afecta más a las mujeres que a los hombres (el tan clásico como repugnante desequilibrio machista de esas sociedades supuestamente modernas occidentales) pero también a mano de obra sin cualificar como cualificada. No hago distingos personales entre unos y otros: es lamentable en los dos casos, pues debería de haber trabajo para el humilde jornalero y para el doctor experto, pues la aportación de ambos es de igual forma vital para la sociedad. Sin embargo, precisamente el hecho de que la mano de obra titulada y con estudios no encuentre salida laboral adecuada es, sin más análisis, el causante de esta inmensa crisis que se percibe
en España a través de las diferentes mareas de protesta y de los movimientos sociales y políticos emanados del 15M. Y, por supuesto, es asimismo el motivo del efervescente ascenso de formaciones como Podemos, que están sabiendo canalizar mejor este abrumador desasogiego vital de la sociedad en general que la ignorancia (cuando no desprecio) del común mostrado desde siempre los ahora repentinamente más envejecidos que nunca partidos políticos de sesgo burgués.

  La relación entre este descontento y la ausencia de trabajos cualificados creo que la ha explicado Daniel Bernabé de manera inmejorable en este artículo. Me identifico con esta descripción porque, al igual que él, yo también soy otro niño del extrarradio de Madrid criado en el seno de 
esa generación de trabajadores incansables que eran hijos de campesinos que acabaron en la gran ciudad buscando un futuro mejor. Cómo en la bendita transición se les dijo que se olvidaran de esas aventuras de la revolución, que ellos, a lo mejor, podían estar apretando tornillos toda su vida, pero que sus hijos tendrían un porvenir, una carrera. Podrían ser médicos, abogados, lo que quisieran. Y ya ven los resultados del acuerdo.
    La farsa en que ha derivado esta situación roza el esperpento. Como tantos casos, al final de nuestros estudios, que tanto esfuerzo costaron a nuestras familias, no había más que la precariedad, la nada, o el exilio. La consiguiente desilusión queda sintetizada de manera extraordinaria en esta pancarta que he visto en alguna de las manifestaciones populares de los últimos años.


   Siempre que sale este tipo de conversación con mis amigos y familiares, insisto en que la emigración forzosa no es de ahora, es un proceso que abarca todo el siglo XX y que hunde sus raíces mucho más atrás. La emigración por motivos políticos al final de la Guerra Civil es la más conocida y sobre ella se han escrito decenas de estudios. El motivo de aquel exilio es sin duda vituperable y contribuye, incluso en la actualidad, a ennegrecer nuestro futuro. Pero, al mismo tiempo, la masiva huída de españoles por razones políticas ha ensombrecido la de todos aquellos que, en los años de hierro del franquismo, tuvieron que hacer lo mismo por motivos más prosaicos: ganarse la vida por una idéntica a la actual falta de empleo en aquella España dictatorial exprimida al máximo por el bando vencedor. La mitad de mi familia, sin ir más lejos, tuvo que emigrar a Francia, Alemania y Bélgica, y no por razones políticas, sino económicas: los barones y empresarios franquistas se forraban a costa de matarlos de hambre y hacerlos trabajar como animales, que es exactamente el clima que retrata de forma impecable la deliciosa película de Carlos Iglesias, Un franco, 14 pesetas. Más tarde, la Transición de la timocracia bipartidista fue solo un espejismo útil mientras que los terroristas financieros de siempre pudieron especular antes de la llegada de la unión monetaria a Europa. Tras ello, de vuelta al déficit estructural de la economía española: no crear más que codicia y usura con unas políticas empresariales obsoletas que solo premian la acumulación patrimonial, la ocultación de monetario y la evasión de impuestos. La crisis global del capitalismo solo ha agravado y multiplicado los perniciosos efectos de este mal que no es de ninguna manera coyuntural en nuestro país, sino estructural. Por lo tanto, en España no hay una fuga de cerebros; es una fuga de estómagos, cualificados si se quiere, pero los portadores de tales cualificaciones seguimos llevando nuestros estómagos a otra parte por la misma razón que hace cien años: para poder llenarlos de alimentos. No se emigra porque se gane MÁS dinero, sino que se emigra porque es la única posibilidad de ganar ALGO de dinero. Yo mismo tuve que hacerlo en 2002, poco después de que aquel hablistán del bigotito autoritario pero no totalitario se ufanase de que España iba bien. Y, tras un breve regreso, no me quedó más remedio que emigrar de nuevo en 2005, cuando según la otra marionetilla milagrera cejicurva estábamos a punto de entrar en la chanpionlij de la economía. De la barbuda vergüenza posterior surgida de las babas y de los hilillos no hablemos más, mejor lo dejamos aquí.

  En resumidas cuentas, cada día los medios se ven salpicados de noticias como la de que un equipo puntero de la investigación contra el cáncer se va a ver mermado porque la mitad de sus miembros engrosará las filas del paro. Y lo peor es que la solución está lejos, lejísimos, casi tanto como la distancia que hay entre la vana palabrería de este señor con corona, que dice estar preocupado porque España no se puede permitir la fuga de jóvenes talentos, y la historia real (multiplicada por decenas en la actualidad) de esta joven científica talentosa, que atiende al nombre de Nuria Martí Gutiérrez y que fue despedida por un ERE del centro de estudios científicos que lleva el nombre del preocupadísimo señor pre-coronado.



  También en estos días he tenido conocimiento de la última incursión cinematográfica de Icíar Bollaín, dedicada precisamente a este mismo asunto: el forzoso exilio de jóvenes españoles. Reconozco que soy poco cinéfilo en general, aunque trabajar con medios audiovisuales para mis clases me ha hecho algo más aficionado al Séptimo Arte en los últimos años de lo que lo era antes. Y ella ha desempeñado un papel favorable en este gusto mío por el cine, pues todos sus trabajos detrás de la cámara me parecen estimulantes en grado sumo, al estar totalmente al margen de la burda pretenciosidad narcisística-gafapasta que tanto gusta en las butacas patrias, y por supuesto lejos de la chabacanería del género estrella aunque oculto del cine español: la comedia involuntaria. El encanto cultural y visual de su cine me ha parecido muy notable, muy por encima de la media, tanto en los filmes que me han gustado muchísimo (Te doy mis ojos, por ejemplo, que me parece una auténtica obra maestra) como en los que me han gustado bastante menos, a saber, También la lluvia o Katmandú. El documental de próximo estreno se titula En tierra extraña y, desde luego, el avance (desterremos, por favor, el absurdo anglicismo trailer) hecho para promocionar la obra promete emotividad, realismo y compromiso político a partes iguales.


  También he visto esta entrevista para Otra Vuelta de Tuerka (sic), cinéfilamente interesante, pero en otros aspectos bastante pobre, en mi modesta opinión, para el alto nivel intelectual que poseen tanto entrevistador como entrevistada; en especial, me parece una boutade absoluta hacer a Cristóbal Colón el abuelo del neoliberalismo, dando por buena esa primera página de la obra de Howard Zinn cargada de prejuicios apriorísticos que cualquier buen historiador debe dejar al margen. Pero regresando al avance cinematográfico ya visto, me impactó especialmente la cifra de que 20.000 españolitos vivían en Edimburgo (incluido uno de mis familiares, mi prima Bea). La ventaja de vivir en el noroeste de Inglaterra, como ya indiqué, es que estoy más o menos a la misma distancia en tren (directo, sin transbordos) de la capital inglesa que de la escocesa. Al mismo tiempo, me urgía tratar de consultar un impreso del siglo XVI para un artículo que estaba entonces acabando. No había podido encontrar un ejemplar de ese libro en la biblioteca con fondo antiguo que más visito, la John Rylands de Manchester, pero sí tenían copias de él en la British Library y en la National Library of Scotland. Así que, puestos a elegir entre Londres y Edimburgo, me animé por todo este cúmulo de circunstancias que comento, sobre todo el documental mencionado, y me dispuse a hacer un viaje relámpago a la ciudad del Forth para pasar el fin de semana y seguir mi tónica habitual de mezclar negocios académicos con placer cervecero

  El periplo a Edimburgo comenzó con el ritual acostumbrado de mis viajes en tren por Gran Bretaña, esto es, profiriendo varios y sonoros exabruptos carpetanovetónicos en recuerdo de la familia de todos los políticos y electores británicos que, con sus votos desquiciados y sus corruptelas habituales, acabaron privatizando la red de ferrocarriles que antaño fue la más efectiva del orbe. Desde entonces, en este país se disfruta no solo de vagones sucios, incómodos y diseñados por un equipo de ingenieros intoxicados por fumar colas de batracios, como el Guarrolino (cualquier parecido de esto con la realidad es ciencia-ficción), sino también de las tarifas más caras de toda Europa. Sumemos a todo esto los típicos extras de la sociedad más clasista del universo, como el carricoche con porquería de comida y bebida (si no tienes pasta para comer, te jodes y bailas), o el wifi carísimo solo para los multimillonarios (o los que estafan a sus empresas) que van en primera clase. Menos mal que los paisajes son agradables y que, desde luego, la ciudad es absolutamente espectacular desde que uno ve las murallas del castillo ya llegando a la estación de Waverley.


  La biblioteca, céntrica y a tiro de piedra de la famosa y turística Royal Mile, también deparó la sorpresa agradable de tener una terraza exterior con sillas y mesitas para tomar café, elemento nada típico en el corazón de Midlothian pero propiciado por este inusualmente benigno invierno británico de 2014 que estamos viviendo. Precisamente en la cafetería de la biblioteca tomé mi primer contacto con la realidad emigrante: la cajera y el camarero eran españoles, como sucedió con los empleados de casi todos los bares y restaurantes que visité.


  Tras adquirir el consabido carnet de investigador, la sala de consulta de manuscritos y libros raros estaba situada en el piso de arriba. El espacio de trabajo es muy agradable: la sala estaba bien equipada y, sobre todo, muy concurrida, en especial si se tiene en cuenta que era un sábado por la mañana temprano y que el sol no es algo que precisamente se vea demasiado por estos pagos a las alturas de noviembre que estábamos.


Uno de los aspectos que más denota el cuidado con que se toman la conservación de los ejemplares en esta biblioteca se encuentra en que todas las mesas de consulta dispogan de estos atriles sintéticos, pensados para que los libros reposen en ellos y así ni la encuadernación se dañe ni los folios internos se descosan por abrirlo demasiado, pues tal riesgo suele ser frecuente cuando se trabaja con libros impresos hace más de cuatro siglos.



 Ya metidos en harina, el primero de los libros que consulté fue un ejemplar del Cancionero general de Hernando del Castillo del año 1573, la obra a la que dediqué mi tesis doctoral y mi primer libro. Por desgracia, mi muy modesto conocimiento de la poesía de finales del siglo XVI no me permite profundizar demasiado en esta edición, que cuenta con valiosos poemas añadidos al final. Son las primeras, las impresas en Valencia (1511 y 1514) y Toledo (1517, 1520 y 1527), las que mejor conozco, pues en ellas se recopila toda la poesía de finales de la Edad Media. Lo curioso del caso es que el elegante tomito que veis abajo fue publicado para aprovechar la demanda de lectura creada por otros españoles en tránsito europeo, tal como los que hoy emigran a Edimburgo: aquellos que habían establecido a fines del XVI su residencia en la hoy ciudad belga de Amberes (donde se imprimió este libro), durante aquellos años de la conocida hegemonía hispánica en Flandes, tal como se puede apreciar en su famoso y literal ayuntamiento.



   Mi interés por esta obra se debe a que estoy trabajando en una futura publicación impresa y una base de datos que tiene como objetivo crear un censo comentado de todos los ejemplares que han llegado a nuestros días del Cancionero general. La primera muestra de esta investigación acaba de salir publicada en este libro, editado por el Seminario de Estudios Medievales Hispánicos en homenaje a mi maestro norteamericano, Charles B. Faulhaber. Por este motivo, cada vez que voy a visitar una biblioteca de fondo antiguo, lo primero que hago es averiguar si tienen ejemplares del Cancionero general; y, si así sucede, los examino a fondo para mi censo, buscando huellas que pasados lectores hayan podido dejar, tales como anotaciones, glosas marginales, a veces tachaduras y expurgos de la censura inquisitorial de libros, para intentar comprender mejor cómo leían esta obra los lectores de la época. El ejemplar escocés, sin embargo, no ha presentado ninguna novedad a este respecto: está muy bien cuidado y en un excelente estado de conservación, pero no hay nada relevante para mi investigación, salvo haber examinado de primera mano un ejemplar más que anotar en el censo.




 El poemario que sí había venido a consultar específicamente lo escribió, curiosamente, un político, gobernador de Baza en los años iniciales del siglo XVI, que tenía aficiones poéticas. Se llamaba Francisco de Castilla y se había criado en la Corte de los Reyes Católicos como hermano de leche del príncipe Juan, el malogrado heredero de los reinos de Castilla y de Aragón. Hacia 1518, Francisco dedicó al todavía por venir Carlos I de España una obra, llamada Teórica de virtudes en coplas, con comentarios añadidos en prosa, que pretendía ser una especie de espejo de príncipes en el que ofrecer buenos consejos al imberbe gobernante para aquilatar la asunción de poderes que estaba a punto de suceder. La importancia del texto estriba en que, una vez desaparecidos los últimos monarcas Trastámara, por primera vez se ofrece un juicio positivo de la figura del rey castellano Pedro I, enemigo de Enrique II de Trastámara. También influye el hecho de que los Castilla, el linaje de Francisco, sean descendientes por vía ilegítima de aquel monarca cruel para unos, justiciero para otros. Como tal vez el lector pueda ya entrever, se vislumbra en estos versos de arte mayor castellano otra de las constantes repetidas en la Historia de España: las dos Españas machadianas, los dos polos opuestos que esquilman los recursos de todos en pos de su enfrentamiento compulsivo. Los tiempos de larga duración, tal como los definió Braudel, presentan estas a veces sorprendentes concomitancias. 




  Cuando acabé de consultarlo me llevé otra sorpresa: se trataba de un volumen facticio, es decir, de varios impresos que han acabado juntos en un mismo libro simplemente porque en algún momento de su devenir alguien ha decidido encuadernarlos juntos. Por lo tanto, al lado de esta obra de Francisco de Castilla figuraba un ejemplar de los tratados de Séneca traducidos al castellano y publicados en 1530.



  Así fue cómo finalizó mi viaje a la capital británica de la España exiliada, donde pude encontrar a centenares de mis compatriotas trabajando, por suerte, en todas partes, una ciudad en la que a cada paso que se da resuena una conversación en español. La ventaja agradable, al menos para quien suscribe, es que los domingos se puede comer paella valenciana auténtica en el Stockbridge Market. Prometo que volveré y esta vez llevaré el estómago vacío para degustarla allí, puesto que hacerlo en España cada día está más complicado. Por lo que respecta a la parte académica del viaje, nada mejor que finalizar con la anotación que un lector de las obras de Séneca encontradas inesperadamente realizó al final de este ejemplar. A mí también.



viernes, 31 de octubre de 2014

Nada cambia, todo permanece: el autor del Mío Cid y la ceguera de la tasa Google

  Diversos asuntos me han impedido actualizar el blog en el mes de septiembre, algunos personales, otros más generales. Por referirme solo al que está más relacionado en sí con el blog, el retraso se debe a que estoy valorando dejar la actual plataforma, blogspot, y mudarme a una nueva, hypotheses.org. No tengo ninguna queja de blogspot, todo lo contrario: en el tiempo que llevo con ellos jamás el soporte ha dado problema técnico alguno. El nuevo programa, sin embargo, parece un mejor espacio académico, con mejores herramientas para mi propósito divulgativo. Todavía lo estoy valorando y pronto tomaré una decisión.

  No me resisto, sin embargo, a comentar un asunto reciente que me ha llamado la atención. En los últimos días una noticia cultural relacionada con la Edad Media ha aparecido en casi todos los medios de comunicación españoles: la edición de un nuevo estudio, firmado por José Hernando Pérez, en el que se demostraría que el autor del Poema de Mío Cid es un mozárabe, de nombre Mair Yahya Ben Gâlib, identidad en la que subyace alguien más conocido en el entorno cidiano: Per Abbat, o Pedro Abad. A este último personaje se le venía considerando no como el autor de la obra, sino como el escribano o copista, es decir, quien redactó de forma mecánica el único testimonio manuscrito que ha llegado a nuestros días del gran poema épico de la Edad Media castellana. 

  Creo innecesario incidir más en la importancia de esta obra en la literatura hispánica. Está basada en las supuestas hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, un personaje histórico que existió de verdad y que aquí abajo vemos representado a lomos de su famoso caballo Babieca en la Hispanic Society de Nueva York.



  La noticia de una nueva publicación sobre la epopeya hispánica me alegra enormemente. Es cierto que el personaje ha sufrido vaivenes diversos, desde aquella historiografía fascistoide que convirtió al Cid en un mero antecedente del dictador, o la desinformación continuada de las historiografías de nacionalismos periféricos, que pasaban por encima de él como no queriendo despertar fantasmas franquistas.y haciéndole un imperialista más. También me preocupa mucho que, en estos tiempos modernos, no sé muy bien por qué motivos (porque razones, desde luego, ninguna), ciertos noveleros de mínimo postín parezcan empeñados en hacer de la lectura del Mío Cid una tarea tan hercúlea como estomagante y poco productiva (vamos, un coñazo). Queridos lectores: no hagan ustedes ni caso a semejantes desmanes ególatras de chafarderitos juntaletrescos. Con cierta ayuda, cierto conocimiento previo de la biografía del personaje y con una edición modernizada (si el lector no quiere adentrarse en más complejidades del castellano que se hablaba y se escribía en la Edad Media), el Poema de Mío Cid se lee a las mil maravillas, no muerde a nadie y ríanse ustedes de las tramas de Harry Potter o El Señor de los Anillos. Aquí está todo, y mucho antes, con idéntica o como mínimo igual de valiosa pericia artística. Es muy curioso que ni siquieran quienes las emiten y suscriben sepan que tales opiniones, que prentenden ser así muy molonguis, en plan tope colegueo posmodernita, no son más que tristes actualizaciones de aquella doble llave al sepulcro del Cid con el que Joaquín Costa quería regenerar a la España de entre los siglos XIX y XX.




  Existen, no obstante, varios problemas a la hora de encarar una valoración de este novedoso estudio. Primero, sostener la autoría de Per Abbat es, de nuevo, una actualización de postulados ya defendidos en las décadas de los 80 y 90 del siglo pasado por algunos investigadores expertos en temas cidianos, principalmente Francisco Javier Hernández, Timoteo Riaño y, sobre todo, Colin Smith. En la entrada de Wikipedia correspondiente hay un buen resumen de estos vericuetos de la autoría del Poema de Mío Cid relacionados con Per Abbat. Además, con respecto al estudio que comento, la complicación todavía va a ser mayor al tratar su autor de demostrar que bajo ese nombre cristiano, el del copista Per Abbat, se esconde el de un escritor mozárabe.
  
  El segundo problema es que ya en el año 2008 otra investigadora, Dolores Oliver Pérez, escribió sus conclusiones acerca de una supuesta autoría árabe del Poema de Mío Cid. Leí el libro con mucho detenimiento en su día y, si bien me pareció que hay muchos más elementos de origen oriental de los que habitualmente se cree en varios episodios del poema épico, la hipótesis de la autoría árabe está llevada hasta un extremo ciertamente difícil de aceptar. Alberto Montaner y Luis Molina reseñaron la obra en 2010 y desbarataron, en mi opinión, bastantes de las conclusiones mantenidas por Oliver Pérez en su estudio. Ella, un año más tarde, se defendió de estas reseñas críticas con su obra,  pero me da la impresión de que se ha entrado en una especie de diálogo de sordos en el que nadie quiere esuchar ya nada más procedente del otro, dando al traste con cualquier atisbo de discusión académica. 

  Así pues, la tarea que tiene por delante José Hernando Pérez es peliaguda. Por de pronto, no conozco más estudios cidianos de él, lo que me hace presuponer que no es un especialista en la materia. No me parece mal, en principio, pues la llegada de visiones externas a los especialistas casi siempre aporta una bocanada de aire fresco a la especialidad. Pero son muchos y diversos los escollos que este nuevo estudio se dispone a abordar, de forma que estoy deseando hincarle el ojo, como se suele decir en la profesión, para ver cómo demuestra con datos objetivos tantas, y tamañas, complicaciones.

  Como colofón de esta entrada cidiana, aprovecharé para explicar al lector por qué a partir de ahora, y al contrario de lo que venía realizando en este blog hasta el momento, dejaré de enlazar noticias a periódicos españoles, como por ejemplo, no he enlazado con ninguno de los diarios que han publicado la presentación de este libro sobre el Poema de Mío Cid. Tal como denuncian por doquier artículos de prensa, blogs y vídeoclips como el que sigue, la aprobación en España de un canon a pagar por todo aquel que enlace un contenido a un periódico convencional es una auténtica locura, un puro disparate que amenaza con devolvernos tecnológica e informativamente a la época de las cavernas.



  La llamada coalición Pro-Internet, en la cual me he registrado, está llevando a cabo varias acciones de protesta, indicando la conveniencia de consultar esta lista de medios de comunicación en contra de la tasa antes de enlazar contenidos. En especial, solicitan que los dueños de blogs puedan registrarse aquí para renunciar a ese canon y demostrar a la panda de tarados que nos (des)gobierna que no se puede ser más retrógrado y deleznable que ellos. Pero está por ver que los esfuerzos den sus frutos.


    Al final, como nada cambia y todo permanece, volveremos a utilizar con profusión el sistema antiguo de citas a pie de página o entre paréntesis de las fuentes de información, en detrimento del enlace de hipertexto, que es lo que parece que quieren los trogloditas del senado y del congreso, siempre empeñados en devolvernos a las cavernas que ellos nunca han abandonado.

lunes, 25 de agosto de 2014

Post mortem nihil, ipsaque mors nihil (Séneca)



  Así, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer,
de sus hijos y hermanos
y criados,
dio el alma a quien se la dio,
el cual la ponga en el cielo
y en su gloria;
y aunque la vida murió,
nos dejó harto consuelo
su memoria.

Hasta siempre, papá.